viernes, 17 de septiembre de 2010

Nos gustaría que lo normal fuera prestar atención al dolor de los demás. Que cada uno se preocupara porque las personas a su alrededor no estén tristes, ni sufran necesidad de cosas básicas, ni se sientan solas. Una vida así. Y entonces, para empezar de alguna manera, hacemos acuerdos entre amigos. Unos permisos mutuos para estar cerca y ayudarnos. Que incluyen también el deber de avisarle al amigo cuando nos parece que se está equivocando. Y por supuesto, aceptar que los otros, para ayudar, nos digan lo que ven en nosotros. Es decir, renunciar a ese cómodo respeto que se termina convirtiendo en indiferencia. Nos gusta compartir la vida. Crecer juntos, divertirnos y viajar, aprender y desaprender, intentar cosas juntos. No decimos que sea fácil hacerlo. Sólo que es mejor.

Queremos ser capaces de no comprar algo si no es realmente necesario. Y aprender a ver al dinero no como una meta sino como un medio, que debe ser usado con cuidado para el bien de todos. No creemos que el éxito económico sea un gran proyecto de vida. Además, ¿por qué no elegir y valorar todo lo que puede disfrutarse gratis? Y también, ¿no estaría bueno destinar parte de nuestros ingresos a proyectos que beneficien a los más pobres? Para aprovechar mejor los recursos y evitar el consumo innecesario, nos gusta la idea de unirnos para comprar provisiones y practicar el uso común de algunas cosas. ¡En la era del individualismo, compartir una manzana es revolucionario...!

Quizás no sepamos muy bien cómo hacerlo. Pero siempre podemos unirnos a quienes saben más. Además, creemos que sería bueno mantenernos atentos, alertas e informados. Y dispuestos a colaborar con proyectos y estrategias comunes de acción. También nos gustaría ayudar a promover la honestidad personal en este tema: evaluar los modos en que vivimos, y pensar maneras alternativas de obtener alimentos y energía. Soñamos con un mundo, un país o una red de amigos que, con sus decisiones diarias, procure reparar algo de todo el daño que nuestra civilización ha hecho al planeta, y el sufrimiento provocado a otras especies.

Nos gusta cómo Jesús cuestionó a la religión. Cómo enfrentó a los poderosos, y se las arregló para proponer, pacíficamente, otro mundo, una manera diferente de llevar la existencia y las relaciones. Sentimos curiosidad por la oración, y estamos seguros de que recuperar esa dimensión espiritual es bueno. Especialmente para las personas con ideales. Porque todo corazón tiene heridas, y un rastro de egoísmo, y eso no ayuda cuando uno quiere cambiar el mundo. Y sanar nuestros complicados corazones es algo que requiere poco menos que un milagro. ¿Esto significa ser religiosos? Esperamos que no. No nos interesan la manipulación ni el escapar de la realidad, tan comunes en la práctica religiosa. Lo que nos gustaría, sí, es tener amistad con aquella inteligencia cariñosa que diseñó a las margaritas.

Vivir dispuestos a hacer algo en favor de las personas maltratadas, discriminadas, víctimas de injusticias. Cultivar la simpatía con los pobres, con los que tuvieron pocas oportunidades o ninguna, con los que perdieron. Asumir que los afortunados, los bien alimentados, los abrigados, los que pudimos aprender a leer y a trabajar, tenemos una deuda de afecto y hermandad con quienes no tuvieron la misma suerte. Y mantener el ojo puesto en esas estructuras sociales y económicas que dan por natural la desigualdad de oportunidades. No dejarnos convencer. No aceptarlas como justas, ni verdaderas, ni invencibles.

Promover relaciones de amistad entre personas y grupos. Buscar y hacer crecer las posibilidades del contacto y la cooperación entre personas de distinta ideología. Trabajar para hacer desaparecer la diferencia más grave de nuestro tiempo, que no es la diferencia entre los que piensan de un modo y los que piensan de otro, sino la que existe entre quienes pueden querer al que piensa distinto, y los que todavía no pueden.